Exactamente hace 40 años, el 27
de Septiembre de 1975, el dictador Franco confirmó (“firmó el enterado”, según
la hipócrita terminología de la época) once penas de muerte, cinco de las
cuales se ejecutaron. La últimas penas de muerte que hemos visto y que espero
veamos en el resto de nuestras vidas.
La vida de un chaval de 16 años que
habían encerrado en la “fraternidad” que
proporcionaban la familia, el municipio y el sindicato y una lucecita que
permanecía encendida todas las noches en El Pardo y que vigilaba por la felicidad
de los españoles. Literalmente, es lo que nos decía en el Colegio el cura tutor
del curso (COU, último año en el colegio antes de la Universidad). Cura, por
cierto, hermano del ministro de marina
de la época.
La
convivencia no era lo idílica que nos contaban. En el año anterior, 1974, hubo
huelga de profesores. Algunos pasaron a ser, para mí, personas respetadas por
que nos explicaron qué era una huelga, porqué la hacían y porqué ese día
charlábamos sobre ello. Mi madre me decía que si alguien te hablaba de política
en la calle, contestaras que no sabías nada; y que siguiera siendo amigo de un
vecino de la escalera aunque su padre no estuviera en casa ¿?. Con el tiempo
entendí que su ausencia se debía a que estaba en la cárcel por ser abogado de
comunistas...
Y llegó el fatídico día 27 de
Septiembre de 1975 y las calles aparecieron agitadas y llenas de policías (los
grises), guardias civiles (los verdes) y los de la secreta (lo más negro). El
miedo y la inseguridad se percibía, flotaba en el ambiente.
Y por la tele (en blanco y negro
y aliñada por lo más casposo del decrépito régimen) veías como un Primer
Ministro de Suecia (Olof Palme, de cuya existencia me enteraba en ese momento)
pedía con una hucha por las calles de Estocolmo para la libertad en España, actores
y escritores europeos convocando acciones en nuestra contra y cómo habían
atacado (y arrasado) la embajada de España en Portugal, y…tantas otras cosas.
¿Era el mundo contra España? NO.
Era lo peor de una España podrida que necesitaba morir, matando.
Definitivamente, a un chaval de
16 años algo se le rompió ese año. O simplemente, que abrió los ojos y empezó a
ver el mundo como es, no como se lo estaban contando.
Garganta de
los Montes, 23 de Septiembre de 2015