lunes, 26 de junio de 2017

Cataluña y (o en) España

                Cada día que pasa vemos cómo se enreda un poco más la situación entre independentistas en Cataluña y resto de españoles…, o cómo se clarifica, depende del punto de vista desde el que miremos. Yo lo entiendo mejor desde el segundo. Vamos por partes:

                A algunos catalanes, muchos, les gustaría ser independientes, es decir, ser una nación más con el mismo nivel y reconocimiento de Francia, Alemania, España, etc. Es una opción que defienden amparados en el ideal romántico en que creen: su independencia. También desean seguir perteneciendo a la Unión Europea, con sus políticas y normas, entiendo que por la seguridad física y económica que proporciona en el entorno mundial en que nos encontramos.

Pero es que si quieren seguir siendo parte de la UE para que nada cambie, entonces lo único que quieren es NO ser una parte de España. Como español no me parece bien, pero es su opción y la respeto, lo único es que veo poco ideal romántico en ello.

                En cuanto a aquellos que se sienten dueños de España y de ninguna manera permitirían que una de sus partes se separase, en primer lugar les digo que pienso que todos unidos somos mejores y más fuertes: los españoles en España, los europeos en Europa, los ciudadanos del mundo en el planeta llamado (por nosotros) Tierra.

                Y dicho ello, también debo confesar que si alguien muy cercano a mí, llámalo mi socio en una empresa, alguno de mis hermanos en mi familia, mi pareja y/o mis hijos en casa, o mis amigos catalanes en España, deciden de una forma clara, inequívoca y mayoritaria abandonarme, ni se me ocurriría recurrir a la fuerza de la ley y aún menos a la física para impedirlo. Me podré sentir muy triste, pensaría en qué he hecho (o dejado de hacer) para verme en esa situación; incluso intentaría llegar a algún acuerdo en el que, aun perdiendo algo, conserváramos la mayor parte de lo que somos juntos. En definitiva, intentaría evitar una ruptura haciendo ver a la otra parte mi predisposición a un arreglo.

                Bien, dejemos ya de soñar. Con tristeza expreso mi convencimiento:

Por una parte sólo van a querer la independencia (con y sin un ideal romántico que llevarse a la boca) y si se llega a aceptar un mal acuerdo entre las partes, será sólo algo provisional mientras se prepara un nuevo asalto a la independencia.

Por la otra, no se relajará un ápice en el yugo que les gustaría imponer a “esos catalanes” (dicho en el tono tabernario con que los dueños de esa España suelen expresarse, siempre dispuestos a utilizar la fuerza física para conseguir sus fines).

Y, al final, quedamos la mayor parte de los españoles a los que nos gusta nuestro país, con nuestros acuerdos y nuestras diferencias, que intentamos acercar en vez de separar y que no nos gusta imponer a los demás, ni que nos impongan. ¿Nos escuchará alguien?


Javier Simón Jiménez – Garganta de los Montes (Madrid)

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